Por: Saudia Levoyer, periodista y docente universitaria.

Aromas, texturas, sabores, colores… mmm!  Nuestros sentidos se despiertan ante cualquier apetitoso plato, pero también ante las frutas y verduras en estado natural.

Es un festival de colores entrar a un supermercado, mercado o tienda donde se expenden estos productos. Personalmente soy de ir al supermercado o un local que queda cerca de mi casa, y la sensación siempre es la misma: un deleite de amarrillos, naranjas, verdes en diferentes tonalidades, morados, rojos, blancos… Siempre me tomo un momento para maravillarme de la inmensa variedad de productos que tiene el país. Luego mi cabeza gira en todas direcciones para empezar mi recorrido.

Tenemos la suerte de tener prácticamente todas las frutas y verduras durante el año entero, por eso me guío más por lo que me apetecerá comer en los próximos cinco días.

El fin de semana anterior decidí apostar por las sandías y melones. Y la rutina es la misma, esa que me enseñaron de niña, oler ambos frutos para intuir su grado de maduración y adelantarme a sospechar lo dulce que pudieran estar. Como por ahí cerca están el perejil, el cilantro, la yuca, el jengibre, la menta y otras hierbas y raíces más, de una vez las tomo y el cesto empieza a desprender olor.

Luego voy a los ciruelos, aguacates, tomates, duraznos, papaya, mangos, para ver su consistencia. Al tocarlos, trato de no hacerlo con mucha fuerza, porque me molesta encontrar algún fruto maltratado por un golpe o porque a alguien se le fue la mano al tratar de escoger su comida y los lastima.

La pitahaya y las tunas no las toco mucho por recelo a pincharme. Solo me guío por la apariencia de su cáscara, como lo hago con los guineos, oritos, limones, verdes, maqueños, granadillas y otras.

El fréjol, la alverja, las habas, los chochos… normalmente ya están pelados, así que ahí es solo el color lo que  me anima a comprar. O la receta que se me cruzó por la cabeza y que pienso que no me tomará mucho tiempo en prepararla. Sí, soy del grupo que le gusta cocinar y al que su familia le pide que lo haga, porque simplemente consideran que no lo hago nada mal.

En el supermercado fácilmente escojo las papas, porque obviamente vienen empacadas y basta leer la etiqueta para saber si es chola, pero cuando voy a la frutería cerca de mi casa, disfruto y viajo en el tiempo cuando veo cómo las sacan del costal, todavía con los restos de la tierra en donde estuvo sembrada. Ese olor me encanta. Siempre que hay un poco de tierra, la fragancia es distinta y me recuerda los paseos familiares a una propiedad para jugar e ir a recoger choclos y papas para cocinarlos enseguida (de la mata a la olla) y acompañarla con la fritada o el hornado que mi abuelo compraba en el camino.

Repaso por mi cabeza cuando voy a estas compras y se me vienen las palabras casera o caserita. También las yapas que se reciben por comprar los productos y qué decir de las infaltables negociaciones para bajar unos centavos los precios.

No me quiero extender más, pero quería contarles que entrar a la zona de frutas, legumbres y verduras, es una de las más excitantes, porque nuestros sentidos se disparan y la mente imagina qué platos se servirán esta semana en la mesa.


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