Por Mayra Prado Torres

Lo que sé de cocina lo aprendí de mi madre. Su especialidad, la comida esmeraldeña, y su sazón era una mezcla del aporte de mis abuelas: su madre y su suegra.

Ella fue ama de casa y durante sus últimos años de vida emprendió en varios negocios, así logró independencia económica. Mis abuelas también se dedicaron a las tareas domésticas, tuvieron pequeños negocios de comidas y bebidas que les permitían subsistir y apoyar a sus familias.

Así la gastronomía fue parte de la cotidianidad de mis referentes femeninos. Con estos antecedentes recordar los aromas que salían del fogón es parte de mi memoria, sobre todo cuando se preparaban los tamales, con la particularidad de la masa de verde, refrito con coco y relleno de mariscos, envueltos en hojas de plátano, muy esmeraldeños…


Lo que sé de cocina lo aprendí de mi madre


Este plato, poco conocido, o la cazuela de pescado eran especialidades de sal en la cocina de mi abuela. Mientras que la mazamorra siempre fue el postre favorito. Esa preparación de maíz con leche, panela y especias tenía herencia colombiana.

No soy ama de casa ni me dedico a la cocina a tiempo completo, pues a diferencia de mis ancestras tuve la suerte de estudiar y obtener una profesión como periodista y comunicadora social. Pero esto no me ha impedido ser creativa cuando de gastronomía se trata y tener buena sazón. Por eso en tiempos de pandemia he podido recordar y rescatar recetas, saberes y sabores de mi tierra, y de las mujeres que me antecedieron.


Así la gastronomía fue parte de la cotidianidad de mis referentes femeninos.


El confinamiento hizo que mi cabeza y mi casa se volvieran laboratorios para generar ideas y hacer cosas diferentes. Como muchos empecé con limpieza, selección, depuración y reciclaje de cosas. Pero la cocina se volvió el espacio más visitado durante los largos días de cuarentena, la preparación de comida era parte de la rutina y así llegué a hacer platos que nunca había preparado. También tuve tiempo para la pintura, creé cuadros de paisajes, mandalas y artesanías, otra de mis pasiones.

En ese descubrir y redescubrirme aposté por las preparaciones con plátano verde. Ni siquiera intenté hacer los tamales de mi abuela porque no tengo ni el fogón ni la receta ni el espacio para recrear ese sabor inolvidable. Incluso en Esmeraldas se ve muy poco la elaboración del tamal de plátano. Pero aposté por otras preparaciones, más conocidas y comercializadas en todo el país.


Juntas en “La Comarca” hemos rescatado sabores y costumbres familiares.


Fue así como sustituí el pan del desayuno por unas tortillas de verde o unas empanadas. Apelando a las variedades del plátano: verde, maduro, de dulce o de sal…, acuñé mi versión de torta de maqueño con queso mozzarella, pastel de banano con chispas de chocolate, que ahora comercializo como parte de un emprendimiento colaborativo con una de mis amigas.

Juntas en “La Comarca” hemos rescatado sabores y costumbres familiares. Ella con la preparación de nata, salsas, ají casero y cosecha de miel de abeja. Como la mayoría de emprendimientos, que surgieron o se potenciaron en esta pandemia, realizamos entregas a domicilio y bajo pedido.

La incursión en la cocina no se restringió al plátano y a los sabores de Esmeraldas. En este tiempo exploré y apliqué preparaciones que antes no estaban en mi menú diario. Por ejemplo, sopa de cebolla, cebollas o pimientos rellenos, locros o berenjenas rellenas. También pasteles de fresa, naranja o zanahoria, que no había hecho antes.


La cocina y la sazón siempre serán una opción para comer rico y para sobrevivir.


Amasar esos postres me recordó el tiempo en que cocinaba con mi madre, los aromas de la comida de mi abuela, que a veces siento con cariño y nostalgia. Sin olvidar el valor que tiene en este tiempo llevar un plato a la mesa, cuando conocemos que hay gente en la calle que no tiene qué comer o que se ve obligada a salir, a trabajar en la informalidad, porque es la única forma de conseguir alimentos.

La cocina y la sazón siempre serán una opción para comer rico y para sobrevivir. No soy una cocinera profesional, pero los saberes ancestrales se volvieron tan importantes que me han permitido no solo alimentarme sino abonar a mis finanzas, golpeadas como las de la mayoría de ecuatorianos desde que comenzó la pandemia.